El sol comienza a esclarecer las avenidas.
Media luna brilla en sintonía
con la luz de tus pupilas.
Casi siempre callo
lo que me recorre por dentro
al tenerte en frente.
El viento sopla y se lleva una a una las noches, me envuelves.
Ya sólo reconozco el olor de tu nuca,
el pesar de tus párpados en tus días malos.
Pisándome los talones va la madrugada,
que acaba antes de darnos cuenta,
como casi siempre.
Apuro las últimas caladas del cigarrillo
camino a casa.
Te escribo en el humo
que me amordaza,
al ser humano se le escapa la esperanza.
Y tú te conviertes en mi credo
Me has robado las horas de sueño
a cambio de los besos,
del exceso de sed de tu cuerpo.
Bajo por tu ombligo y llego a mi calle.
Algún pajarillo susurra tu nombre
y me deshace.
El cántico de las noches voraces,
deslizando tu mano por mi entrepierna
y yo me pierdo en nostalgias innecesarias.
Me reescribo al amanecer.
No suenan ambulancias, el barrio en calma.
Puede que esta sea la poesía más larga.
Ya casi llego a casa.
En cualquier esquina
alguien descansa de la realidad,
de la pérdida.
No se si dormir o soñar con volver a rozar tu pecho en silencio.
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