miércoles, 9 de marzo de 2016

Qué nos queda

La ciudad deshidratada, incomprendida. 
Salidas de emergencia colapsadas,
el viento en contra que te corta la cara. 

Los pies empapados 
tras pisar los charcos,
ahora todo esta húmedo. 

El pecador incapaz de redimir sus pecados
camina empapándose del gris del cielo, 
sus ojos se tornan arcoiris 
y las camas que deshizo ya arden en memoria de otros que llegaron después. 

Entonces el sol no se atreve a salir 
de entre las nubes opacas y blancas, 
desesperadas como prostitutas sin blanca, 
como un niño sin cena, sin poder acumular penas, porque malgastan demasiadas energías. 

Ve los rostros de la muerte caminando para llegar al fondo del autobús. 
Se detiene y observa. 
Los tormentos internos 
le dan punzadas en el costado izquierdo.

Pero avanza, avanza sin mirar atrás 
ni pensar en qué más. 
Avanza mirando sus pies, 
empapados de la vergüenza atónita de la ciudad, 

y ésta se decide y lo absuelve... 
Y entonces la lluvia cesa, 
y entonces ya nada nos queda
sino nuestras propias miserias.

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